Que vuelva la magia

En algunas ocasiones, cuando estamos disfrutando de un película, canción o libro, podemos llegar a emocionarnos, produciéndose así un momento mágico. Muchas veces hemos escuchado este adjetivo, aplicado a los productos de Disney, por ejemplo. Ciertamente, algunas de sus películas clásicas ocasionan este efecto, pero también en el cine hay muchos otros casos.

La película Qué bello es vivir, de Frank Capra, es verdaderamente conmovedora. La magia de Gene Kelly saltando sobre los charcos en Cantando bajo la lluvia, de Stanley Donen, nos hace sonreír y nos invita a bailar de alegría.

Si hablamos de música, podemos citar ejemplos tan dispares como el primer movimiento de la 5ª sinfonía de Beethoven, que también nos lleva a un momento mágico con su impresionante fuerza, así como la interpretación del Nessun Dorma de Puccini por el gran Luciano Pavarotti, o la canción For the love of God, de Steve Vai.

Trasladando este fenómeno al terreno de los videojuegos, puedo nombrar unos cuantos momentos especiales que nos proporcionan esa magia y lo curioso es que no todos los grandes títulos la tienen. A lo largo de la historia de los juegos de vídeo podemos encontrar muchos ejemplos de gran calidad, de esos que puntuamos con sobresalientes al analizarlos, por su factura técnica y por la diversión que nos dan, pero la emoción no tiene una fórmula fija, ni se encuentra en todos ellos.

Esa alteración de nuestro ánimo, esa conmoción agradable que se produce en contadas ocasiones, puede provenir de un detalle concreto o de una suma de elementos y es lo que yo llamo la magia de los videojuegos. Precisamente este fin de semana estuve jugando a la demostración de Rayman Origins y me parecía bastante divertida, hasta que en un momento dado, al zambullirme con el personaje protagonista dentro del agua en uno de los escenarios, me topé con un coro de esos bichitos lllamados Lums que has de recoger, interpretando una melodía mientras danzaban en el agua. En ese instante se produjo el momento mágico, donde el buen gusto y el derroche de imaginación del equipo del diseñador Michel Ancel me han vuelto a demostrar que pueden seguir emocionándome.

Recuerdo otros momentos en los que he sentido esa sensación, como en Castle of Illusion de Mega Drive, al empezar el tercer mundo, de nuevo en el bosque y con esa maravillosa melodía. Jugando a Another World, experimentas la sensación de vivir una gran aventura, con unos personajes que parecen vivos y un gran final en el que encuentras ayuda y amistad. En Lemmings, por citar otro ejemplo, llegas a enamorarte por momentos del juego, con esas simpáticas melodías y sus minúsculos protagonistas.

Con la aparición de las plataformas de 32 bits, llegué a desilusionarme bastante. El avance técnico de los modelos poligonales significó en muchos casos que los juegos estuvieran diseñados únicamente para impresionarnos con esas nuevas técnicas gráficas. A pesar del amplio catálogo de PlayStation, donde encontramos muy buenos juegos, me sentía decepcionado por no encontrar la magia. Por fortuna, hubo ejemplos que volvieron a producirme esa sensación, como Castlevania - Symphony of the night - , en momentos como los paseos con la barca, o cuando el castillo se invierte y descubres que solamente has recorrido la mitad de la aventura.

Otros grandes juegos volvieron a hacerme pensar que no todo estaba perdido y seguía encontrando instantes especiales, como en Jolly Roger Bay de Super Mario 64, acompañado de esa suave melodía, al sumergirme en el agua, bucear y divisar un misterioso barco. O por ejemplo, en Ocarina of time, al sacar de su pedestal por primera vez la espada maestra en el templo del tiempo y ver cómo Link se convierte en adulto.

A veces me pregunto si tan difícil resulta conseguir estos momentos mágicos y tengo la sensación de que antaño se producían con mayor asiduidad, aunque también los he vuelto a vivir con algunos juegos relativamente recientes, como Machinarium, o rebotando en el "gravitron" de VVVVVV, o en esos cuadros vivientes que parecen Van Goghs y que sirven como escenarios para el magnífico Braid.

Como antes explicaba, esa demostración de Rayman Origins ha vuelto a darme esperanzas de que me seguiré topando con instantes especiales que llegarán a conmoverme y con los cuales he aprendido que uno se enamora de este curioso mundo. Es por eso que vuelvo a reclamar: ¡Que vuelva la magia!