Semana literaria: El relato de cyber2

Ante todo, quería agradecer de nuevo la participación que habéis tenido en esta semana que he dedicado especialmente al escritor Charles Dickens. Entiendo que al ser este un blog dirigido casi exclusivamente a los videojuegos, vuestro interés sea el de encontrar por aquí artículos relacionados con ellos, así que valoro especialmente que me hayáis ayudado a conmemorar el bicentenario del nacimiento de Dickens con vuestros relatos y comentarios.

Para cerrar este homenaje, a pesar de disponer estos días de muy poco tiempo, como promotor de la iniciativa me veía en la obligación moral de escribir una pequeña historia con algunas referencias dickensianas. Bueno, al menos es lo que pretendía. Espero que os guste el relato.

El vidente egipcio.

Me llamo Oliver Dombey y soy periodista del Morning Chronicle. La historia que voy a contar puede parecer extraordinaria, o simplemente una serie de hechos casuales. Después de analizar lo acontecido con posterioridad, un servidor ha sacado sus propias conclusiones, pero déjenme que les explique y juzguen ustedes mismos.

En mi condición de corresponsal de sucesos para este diario londinense, me veo obligado a frecuentar ciertos barrios de la ciudad en los que una persona decente no debería aventurarse, pero que me sirven como fuente ocasional de noticias. Esta ardua y desagradable labor tiene su pequeña recompensa para un servidor, que se complace en hacerles llegar, estimados lectores, los entresijos de esta gran ciudad a través de mi columna semanal.

El caso es que estuve escuchando algunos rumores en cierto local del que no quiero entrar en detalles y que no le recomendaría a nadie, pero al que tengo que acudir de vez en cuando para tratar de mitigar las migrañas que padezco. El ciudadano chino que está a cargo de este lugar me estuvo hablando de una enigmática persona, que al parecer tenía la extraña habilidad de predecir el futuro, o algo así creí entender, pues nunca acabo de descifrar las farfullas de este individuo.

Aunque no acostumbro a dar crédito a esta clase de historias, y menos viniendo de la boca de un chino desdentado, reconozco que sentí cierta curiosidad por conocer más sobre el asunto, así que tras hacer varias averiguaciones, conseguí algunos datos que me pudieran llevar a entrevistarme con esta persona.

Al parecer, el individuo en cuestión tenía por costumbre acudir a un local de mala muerte, donde puedo asegurar que sirven algunos de los peores licores que yo haya podido probar. A pesar de mis reticencias, mi  profesionalidad me obligó a acudir una noche al lugar en cuestión. Pasado un rato y un par de jarras de algo que allí llamaban cerveza, vi entrar a una persona cuyos rasgos y apariencia coincidían con los detalles que me habían dado sobre nuestro misterioso personaje.

Sin perder el tiempo y con la generosidad que me caracteriza, me ofrecí inmediatamente a invitarle a un trago, que aquel hombre aceptó haciéndomelo saber con un leve gesto. Su tez morena y su perfil acusado revelaban, como yo había imaginado por mis pesquisas, su procedencia de algún lugar del norte de África. Aunque enjuto en apariencia, no lo era en palabras, y durante un buen rato estuvo hablándome de su antiguo linaje egipcio, de ritos ancestrales y otras zarandajas que en ningún momento aumentaron mi interés.

A pesar de mi aburrimiento, intenté conservar la compostura y le pregunté con toda la corrección que pude sobre su supuesto poder de predicción del futuro. Con un semblante ligeramente molesto, me dijo que algunos hechos traumáticos de índole indeterminada, se le presentaban en forma de sueños de forma ocasional. Por supuesto, no me creí nada y me despedí rápidamente de él, aunque en última instancia me contó cómo había tenido recientemente una visión en la que había visto un terrible accidente ferroviario.

Los hechos que relato tuvieron lugar el pasado día 8 de julio y como muchos lectores recordarán, llegados a este punto, el día 9 tuvo lugar el desastroso accidente de Staplehurst, en el que se precipitaron al vacío hasta siete vagones del tren que intentaba atravesar un puente en reparación. Tras reponerme ese día de tan nefasta noticia, quise acudir de nuevo al encuentro de nuestro misterioso egipcio, pero no pude localizarle en toda la noche. Varios días después, me enteré de que su cuerpo sin vida había aparecido a orillas del Támesis, con diversos signos de violencia.

¿Era el egipcio un vidente o fue simplemente una casualidad? Mi conclusión es tan contundente como sin duda certera: Aquel pobre diablo era un farsante. Cómo si no se explica que pudo predecir el accidente de Staplehurst, pero no fue capaz de vaticinar su propia muerte.