Tiro con honda

El mundillo de los videojuegos y de sus opinantes me resulta a veces desconcertante, y es que en Internet leo cada cosa que si viniera de una película de Berlanga me haría gracia, pero como más bien parece salir del cine de Mariano Ozores, lo que me produce es un poquito de vergüenza ajena. ¿De qué demonios estoy hablando? Sigan ustedes leyendo que voy a explicarme.

Me asombra, por ejemplo, que tan pronto pasamos de decir que Hobby Consolas y sus allegadas eran poco menos que una basura infecta, causantes de todos los males de la prensa profesional española de los videojuegos, a que nos caiga la baba de admiración por sus redactores cuando les leemos en alguna entrevista. Estos señores eran los que ponían un sobresaliente por norma y un setenta a un juego malo, los que decidían si valía la pena por el número de polígonos de sus gráficos y los que metían cizaña en la guerra de unas marcas contra otras. Ahora, en cambio, leo que son todos nuestros maestros, el ejemplo a seguir, los respetables por haber sido pioneros en las primeras revistas del sector. ¿En qué quedamos? Digo yo que este cambio de parecer debe de ser algún ejercicio de dialéctica hegeliana, un intento de llegar a una síntesis o vaya usted a saber.

Otro asunto que me pasma es esa afición inventora que tenemos los españoles; lástima que los inventos sean de pacotilla. Lo son, para empezar, porque son copiados, y lo siguen siendo porque se repiten hasta la saciedad; la mía, al menos. Repetimos como loritos las palabras y expresiones que nos llegan de la prensa extranjera y al gustarnos tanto, las usamos como muletilla para todo, edulcorando con impropiedades nuestros alegatos, artículos y comentarios. Por ejemplo, ahora todo es épico: Un partido de fútbol, la serie de televisión de moda, una ocurrencia en Youtube y por supuesto, el videojuego de turno. Con tanta épica el pobre Odiseo se ha quedado a la altura del betún.

Lo mismo le ha sucedido al carisma. Ha pasado de ser una cualidad humana, un don incluso divino, a regalarse con la misma facilidad que las copias del Dota 2 de Valve. Resulta que el muñeco de un videojuego tiene carisma, las melodías también tienen carisma, todo el videojuego en sí tiene carisma, hasta el hámster de Kojima tiene carisma. ¿Tan pequeño se nos ha quedado el diccionario que ya no sabemos hablar con propiedad?

Para más inri, como además nos creemos ser más listos que los académicos de la lengua, rizamos el rizo hasta el absurdo de la palabrería, inventando chocantes modificaciones que nos llenan de orgullo. Ya no basta con decir épica; ahora hay que decir “epicidad”. No se vayan todavía que aún hay más: Creemos estar tan seguros de que este negocio, el de los videojuegos, es un arte, que hasta se nos queda corto dicho vocablo; les puedo jurar que he leído por ahí la palabra “articidad”. ¡Adelante, vamos a inventar términos más largos y extravagantes, pues así parece que escribamos mejor!

Nótese que he estado hablando en plural para no eximirme de culpa, como parte que soy de este mundillo. Que nadie se enfade demasiado porque esto no pretende ser más que un pequeño tirón de orejas, una regañina para decir que hay ciertas cosas que pueden encajarse en un lenguaje distendido, pero que se deberían evitar o corregir si lo que pretendemos es dar algo de empaque a nuestros escritos.

Así que, si es usted nuevo por estos lares, no se asuste. Le aseguro que en mis artículos tengo por costumbre conservar un tono comedido, pero es que a veces uno se levanta con ganas de desahogo… ¡Y de tirar con honda! ¡Zas!